George Costanza, uno de los cuatro personajes principales del exitoso sitcom de los 90s, Seinfeld, en una de sus frases más memorables resumía bastante bien su peculiar personalidad: «no es una mentira, si crees en ella«.

Aunque George tuvo ocasionales destellos de genialidad a lo largo de los 9 años que estuvo la serie al aire, lo cierto es que era un neurótico que no se sentía cómodo consigo mismo. Era además ansioso, inseguro, medianamente inteligente, deshonesto y manipulador.

Esa frase, que posiblemente naciera para exaltar la capacidad de George para mentir, si le damos vuelta, descubre una preocupante verdad: la «credibilidad» de una mentira depende de nosotros. Por más confianza que George tuviera en sí mismo para mentir, el creer o no en la mentira dependía más del receptor que del emisor.

George Costanza, Seinfed
George Costanza interpretado por Jason Alexander

Si tuviéramos que hacer un esfuerzo para traer esa frase a tiempo presente, y adaptarla a la realidad de una sociedad con libre acceso a medios sociales, se le podría cambiar el sujeto y escribirse de la siguiente manera: No es una mentira, si uno quiere creer en ella.

La frase, escrita de esa forma, resulta en extremo chocante porque nos da a entender que aceptamos que se nos engañe. Pero ésto no es nuevo, es algo que ha estado alambrado en nuestro sistema desde los inicios de la humanidad, y lo conocemos como sesgos de confirmación: Si yo quiero creer en algo, lo haré aunque sea mentira.

Pero con la llegada de los medios sociales, y con ellos la posibilidad de cualquier persona para convertirse en un medio de comunicación sin ningún tipo de filtro ni restricción, los sesgos de confirmación se convirtieron en un recurso útil para la manipulación de masas, independientemente del volumen.

Recordemos que somos apenas un 5% consciente contra un 95% inconsciente. Por más que intentemos o pretendamos guiarnos por la lógica y la razón, seguimos siendo criaturas profundamente emocionales. Es por eso que la manipulación no se da a través de la mente, sino a través del corazón. La base de todo sesgo es una emoción, y tocar la fibra emocional correcta nos dará libre acceso a la mente de cualquier persona.

Entran las redes sociales

«Si no se está pagando por algo, no eres el cliente, eres el producto que se vende». Esa frase, acuñada por Andrew Lewis, bien aplica a la realidad de las redes sociales. No somos usuarios, somos consumidores, y nuestra atención está siendo vendida.

La gran mayoría de las redes sociales dependen de publicidad para generar ingresos. Para que los anunciantes quieran pagar por mostrar sus productos o servicios en una red social, ésta debe retener la atención de sus «usuarios». Para lograrlo, éstas desarrollaron algoritmos que estudian y registran el comportamiento de sus «usuarios», creando un perfil para cada uno. Entonces, cada vez que el «usuario» ingrese a la red social, ésta le mostrará más información de la que le gusta para retenerlo dentro de la plataforma la mayor cantidad de tiempo posible.

A simple vista no parece haber nada malo con ese modelo. Las redes sociales no dejan de ser un negocio y deben ser rentables para operar. Pero poca atención le prestamos a los efectos que ésto tiene sobre nosotros. Al darnos más de lo que nos gusta, nos muestran solo una pequeña parte de la totalidad, limitando así la variedad de fuentes y reforzando nuestra visión del mundo, cualquiera que ésta sea.

Ésto hace que sea muy sencillo manipular audiencias. Si alguien ofrece el contenido que toca la fibra emocional correcta de una persona, y ésta reacciona o interactúa, el algoritmo entenderá que debe seguir mostrando lo mismo para retener su atención. En otras palabras, lo que el algoritmo hace es reforzar nuestros sesgos, y convertir la particular programación de nuestro cerebro en un lucrativo negocio para un tercero, que no necesariamente es el dueño de la red social.

La necesidad de creer

Para manipular se necesitan dos cosas. Primero, información, no importa si es falsa o real, que empate con un sesgo, consecuentemente activando una emoción. Y segundo, confianza; que es algo que se logra construir también alimentando un sesgo por un tiempo prolongado.

Pero hay un detalle importante que pocas veces se toma en cuenta a la hora de hablar de manipulación, y es la necesidad que tenemos todas las personas por creer en algo, o en alguien. El problema es que, en un mundo donde los algoritmos determinan la relevancia, otros pueden incidir en lo qué «debo» creer. Olvidémonos de nuestro derecho a decidir, ahora otros lo hacen por nosotros.

Hoy no buscamos información, ésta nos encuentra. Esto fragmentó los mercados, llegando incluso a universos de una persona. (Al final, solo somos un registro dentro de una base de datos con ilimitada capacidad de almacenamiento y procesamiento). Gracias a los algoritmos, y sin darnos cuenta, las redes sociales nos acomodaron en grupos que están listos para que alguien los guíe.

Los papeles se invirtieron. Llegamos a un punto donde el líder ya no construye su tribu, ahora la tribu busca a un «líder» que la guíe. Ya no hay mérito en la elección del líder, hay necesidad.

La política es un buen ejemplo de ésta práctica. Al ser completamente emocional, tiende a irse a los extremos, que es donde explotan más las emociones. Si una persona es seguidor de un partido o figura política, por definición, actúa en función de sesgos. Está dispuesto a creer mucho de lo que le digan, aunque no sea verdad. Y si a esto le sumamos la creación de las burbujas temáticas y emocionales que crean los algoritmos, solo hay que hacerle llegar el contenido correcto para tener el control de su realidad.

Macabro, pero real.

¿Podemos evitar la manipulación?

No. Y si. No podemos evitar ser manipulados de todo aspecto en nuestras vidas porque hay vínculos emocionales muy fuertes, como los familiares o ancestrales, y sería además muy desgastante analizar y validar cada pieza de información que nos llega. Pero sí podemos hacerlo con muchos temas o situaciones que nos rodean.

El principal problema para luchar contra la manipulación radica en lo que sostiene al sesgo que nos hace caer en ella. ¿Por qué queremos creer en algo o en alguien en particular? Ésto es muy difícil de detectar, y requiere de un profundo y objetivo auto análisis.

Siguiendo con el ejemplo de la política, el habernos sentido traicionados por un político nos hará más tolerantes, e incluso ingenuos, ante las mentiras de otro político que ataca al que nos traicionó. Confiaremos en el segundo a tal punto que deshabilitaremos cualquier interés por validar si lo que dice es cierto. Recordemos la frase, no es una mentira, si uno quiere creer en ella.

¿Cómo no caer en la manipulación?

Hay varias prácticas que nos ayudarán a evitar la manipulación, total o parcialmente. La primera es, sin lugar a dudas, la más difícil: si siempre me dicen lo que quiero escuchar, debo dudar de mi mismo y de la fuente. Esto implica activar el observador sobre nosotros mismos, cosa que no es fácil porque nos obligaría a reconocer que, muchas veces, estamos en el error.

La segunda, triangular múltiples fuentes de información para validar la veracidad de un hecho o afirmación. Esto es, literalmente, aplicar nosotros mismos una validación de datos. Esto se vuelve más sencillo, por no decir automático, con la tercera práctica: asegurarnos de recibir información de múltiples fuentes de forma automática. Y si no es así, buscar nosotros éstas fuentes.

Y la cuarta es una práctica que nos ayudará para muchas más cosas que evitar la manipulación, explorar en busca de nuevas fuentes de conocimientos. El cerebro funciona igual que un músculo que se vuelve más fuerte con el entrenamiento. Entre más información consuma, y más variada sea, más poderoso se vuelve. Y entre mas información tengamos, más difícil será que nos engañen y manipulen.

Lo que viene…

Podemos entrenarnos nosotros mismos, y desarrollar los hábitos necesarios, para ser menos tolerantes a la manipulación. Es difícil, mas no imposible.

Ésto se vuelve de vital importancia porque hoy en día existe poder suficiente para que empresas, completamente ajenas a nosotros, construyan un perfil de nuestros gustos e intereses. Pero además, con la normalización de la Inteligencia Artificial, gracias al acceso público de ChatGPT, finalmente nos enfrentamos a un escenario donde no solo hay datos suficientes para manipularnos, también hay herramientas para crear una falsa «realidad» completamente creíble.