Webvan nació en 1996 con la promesa de entregar comestibles en 30 minutos en la puerta de sus clientes. Quiso sacar ventaja de ser el primero en su categoría, así que se expandió con rapidez en la bahía de San Francisco, Estados Unidos. Adquirió vehículos repartidores, construyó enormes almacenes, e incluso compró a sus competidores.
Recibió $396 millones en cuatro rondas de inversión, y con su salida a bolsa en noviembre de 1999 sumó $375 millones más. Su oferta pública de acciones la valoró en $4.8 mil millones, a pesar de que tenía ingresos por solo $395,000 y pérdidas por $50 millones.
Lo cierto era que Webvan se habían beneficiado del exceso de dinero para invertir, gracias a lo que posteriormente se conocería como la burbuja punto com. En junio de 2001 cerró sus puertas acumulando pérdidas por $800 millones.
No solo los desafíos logísticos eran monumentales, Webvan tampoco puso a prueba su modelo de negocios, nunca entendió que su cliente era muy susceptible al precio de los productos, e invirtió en activos que drenaron su capital. Webvan fue una secuencia de malas ideas que iban desde la concepción hasta la ejecución y el financiamiento.
Pero al igual que quienes pensaron que Webvan podía funcionar, es posible que usted haya tenido una buena idea cuya ejecución resultó ser un desastre. Si es así, no se preocupe porque eso nos pasa a todos. Puede que a algunos nos suceda con más frecuencia que a otros, pero nadie está exento.
Concepto y acción
Tomando como referencia el Cambridge Dictionary, una idea es tanto una sugerencia o plan para hacer algo, como un entendimiento, pensamiento o imagen en nuestra mente. En otras palabras, es tanto un concepto como una acción.
No generamos ideas por el simple hecho de generarlas, lo hacemos para alcanzar un objetivo, que puede ir desde adquirir nuevo conocimiento hasta satisfacer una necesidad. Pero la única forma de validar si la idea está en lo correcto, o si es buena, es enfrentándola a la realidad. Debemos llevarla de lo teórico a lo práctico.
Pero cuando enfrentamos nuestra idea con la realidad, la estamos exponiendo a variables que pueden alterar por completo el objetivo para la cual fue concebida. Y aquí podemos pensar que, en teoría, entre más variables tengamos bajo control, menor es el riesgo que tenemos de fallar. Pero no es así.
¿Una nueva Coca Cola?
La historia nos ha demostrado infinidad de veces que aún con las variables bajo control, una idea puede fallar miserablemente. En el mundo de los negocios hay cientos de casos para estudio, pero el de la introducción la Nueva Coca Cola (The New Coke) en 1985 es un clásico.
En la década de los 80s, Coca Cola tenía mucha presión por la competencia que Pepsi le estaba dando con su icónico Pepsi Challenge, así que decidió cambiar su fórmula por algo que se pareciera, irónicamente, más a Pepsi.
Hizo pruebas a lo largo y ancho de los Estados Unidos, midió todo lo que podía medir, y anunció con bombos y platillos su nuevo sabor. Pero fue un fracaso. La gente rechazó la Nueva Coca Cola y se vieron forzados a regresar a la fórmula original al poco tiempo.
Ahora, lo más curioso es que, a pesar de ser un caso clásico de estudio, aún hoy nadie sabe con certeza qué fue lo que salió mal. Contrario a Webvan, Coca Cola investigó todo lo que puedo investigar, pero resultado fue el mismo.
Ahora bien, también hemos visto ideas que nacieron desafiando la lógica del momento, haciendo caso omiso del status quo, y lograron tener éxito. ¿Por qué?
El vacío
Toda idea se enfrenta a circunstancias incontrolables que serán las que determinarán el resultado. Estas circunstancias asemejan un vacío que en realidad está repleto de variables que actúan a favor o en contra de la idea. En otras palabras, toda idea debe lidiar con la incertidumbre.
Calcular todas las variables que inciden en ese vacío es materialmente imposible, y cuando se toma consciencia de que se está frente a uno sólo hay dos acciones posibles: retroceder (por miedo) o avanzar (dar un salto de fe). Tener bajo control muchas variables sólo reduce el margen de error cuando son pocas las que inciden en el vacío, pero el control absoluto es solo una ilusión. Siempre existe incertidumbre.
Entonces, entendiendo la existencia de vacíos imposibles de medir en su totalidad, ¿realmente existen las malas ideas?
Las «malas» ideas
No existen las malas ideas. Lo que existe es una idea dentro de una circunstancia que le puede ser favorable o contraria. Pero para una idea que falló, si cambia la circunstancia, el resultado también puede cambiar. Por ejemplo, ¿cuántos sabores y versiones de Coca Cola existen hoy en el mercado? Limón, cereza, fresa, vainilla, café, cero calorías, energética, etc. Y mi favorita, la Coca Cola Life, endulzada con stevia, que fue retirada del mercado en 2019. 😔
Y desde el 2013 existe Amazon Fresh, que hace algo similar a lo que otrora quiso hacer Webvan.
Hay distintos niveles de ideas, desde aquellas maravillas que nos dejaron genios como Da Vinci, Tesla o Einstein, hasta las más mundanas que se nos ocurren todos los días. Y cierto, entre más maravillosa (o grande) la idea, mayor el riesgo de fallar. Pero siendo maravillosas o mundanas, no dejan de ser ideas que necesitan de una circunstancia favorable para prosperar y materializarse.
¿No se ha hecho usted la pregunta de qué sucedería si una idea que le falló para resolver un problema puede ser aplicada a uno diferente? Es por eso que el problema no está en la idea, está en la circunstancia.
En 1935, el físico austriaco Erwin Schrödinger propuso un experimento donde se colocaba un gato dentro de una caja con un gas venenoso y un dispositivo con una partícula radioactiva que tenía un 50% de posibilidades de desintegrarse, liberar el gas, y matarlo. Viendo la caja desde afuera, sin abrirla, el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. O sea, hay una superposición de estados y la única forma de resolver el misterio es abriendo la caja.
Algo parecido sucede con las ideas, existe una superposición de resultados, y la única forma de saber si funcionan es enfrentándolas a la realidad. Y al igual que en el experimento de Schrödinger, donde no sabemos qué puede hacer que la partícula radiactiva cambie de estado y libere el gas venenoso que mataría al gato, en el vacío no sabemos qué variable podrá afectar el resultado de nuestra idea.
Reinterpretando el resultado
Así como aplica para la vida, también lo hace para las ideas: no existen los fallos, existen las lecciones. Si no triunfas, aprendes. Y aprender de un resultado adverso requiere de humildad para aceptar que hay una expectativa no cumplida, observación para captar los detalles que pueden haber incidido en el resultado, incluyéndose a uno mismo, y análisis para explorar y extraer las lecciones.
Nuestro cerebro incluye infinidad de herramientas, pero dos son en extremo útiles para obtener una conclusión a partir de un mal resultado: la abstracción y la creatividad.
La abstracción, el poder alejarse y desprenderse del proceso. Nos ayuda a ver la ejecución y el resultado con claridad. Sin embargo, abstraerse no es fácil porque siempre establecemos un vínculo emocional con nuestras ideas, y esto nos genera sesgos. Por eso es que no vemos nuestras ideas igual que las de los demás. En las primeras hay emociones involucradas, en las segundas no. Pero si queremos aprender de una idea cuyo resultado no fue el esperado, estamos en la obligación de abstraernos y verla con la mayor objetividad posible.
Si lo pudiéramos explicar con una analogía, sería como ver una pintura de cerca y de lejos. Hay un ejemplo poco usual que nos puede ayudar, ‘El bautismo de Cristo’ del maestro italiano Andrea del Verrocchio:
Si vemos la pintura en su totalidad, tenemos una clásica escena religiosa del Renacimiento. Pero si nos vamos a los detalles descubrimos las diferencias entre las figuras de Jesús y Juan, y los ángeles que están en la esquina inferior izquierda. Estos ángeles fueron pintados por un alumno de sus alumnos, Leonardo Da Vinci. Cuando le prestamos atención a los ángeles es cuando nos percatamos de las diferencias, cambiando la composición del cuadro y nuestra percepción de la pintura.
La segunda herramienta, la creatividad, es nuestro principal recurso para acomodar el problema de diferentes formas, verlo desde distintos ángulos, y encontrar la explicación más sencilla y coherente para el resultado.
Y al igual que creo que no existen las malas ideas, también creo que todos somos creativos, pero es el miedo al juzgamiento el que nos limita. Imaginemos que la creatividad es como un músculo que entre más se utiliza, más se fortalece. Y entre más fuerte es, más crece nuestra confianza en él. Confiar en nuestra creatividad es fundamental para descubrir lo que no vemos y encontrar las respuestas que buscamos.
Confianza y práctica
Reinterpretar resultados no es fácil. No sólo porque hay emociones de por medio que generan conflicto, sino porque toma tiempo el aprender a utilizar y a confiar en nuestra creatividad y capacidad de abstracción. Pero es con la práctica que iremos afinando los sentidos para obtener más y mejores aprendizajes de un resultado adverso.
Y aunque parezca irónico, a pesar de que el control absoluto de las variables es una ilusión, el desarrollo del sentido luego de tanta iteración entre el ejercicio y el aprendizaje, hará que nuestra capacidad para generar ideas mejore. Nunca dejaremos de fallar, pero fallaremos menos.
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