Cada cuatro años debemos escoger un nuevo presidente y, en teoría, tenemos la responsabilidad de elegir la mejor opción, o la «menos mala».

Si lo pensamos fríamente y actuamos de forma responsable, no es una decisión que debamos tomar a la ligera. Esta persona tendrá en sus manos las riendas del país, así que lo que haga nos afecta directa o indirectamente.

¿Pero qué factores influyen para decantarnos por uno y no por otro? ¿Qué tomamos en cuenta para preferir a una persona sobre otra?

Algunos le dan su apoyo a la persona que su partido de simpatía ha designado. Pero lo que múltiples encuestas nos muestran es que, hoy, ningún partido tiene la fuerza suficiente para ganar una elección sólo con su base de seguidores. Es decir, todos los partidos hoy son minorías.

El 60% del electorado no se identifica o no se siente representado por ninguna bandera. En otras palabras, la gran mayoría termina votando por una persona o por un tema, pero no por un partido.

¿Cuál persona o cuál tema? Sencillo, el que resuene más con una emoción. El voto es, siempre lo ha sido, y lo seguirá siendo, completamente emocional.

Lo primero que tenemos que tener claro es que nadie piensa su voto. Lo pueden justificar, cierto, pero no pensar.

El ejercicio de hacer una lectura no sesgada de los programas de gobierno de todos los candidatos no convierte la decisión de voto en el resultado de un proceso racional. Lo que hace realmente es buscar un emparejamiento emocional.

¿Pero cuales?

Son solamente tres sentimientos los que influyen en nuestra decisión de voto: el miedo, la esperanza y el enfado.

El miedo

El miedo es un mecanismo de defensa ante un peligro o una amenaza. Nos produce incertidumbre, ansiedad e inseguridad. Ante el miedo debemos protegernos.

En 2018 Fabricio Alvarado pasó de ser un candidato sin opción alguna a ganar la primera ronda. La duda sobre su capacidad para dirigir un país y mantener la paz social generó incertidumbre e inseguridad en cientos de miles de personas que decidieron votar en su contra. Carlos Alvarado cosechó de ese miedo en la segunda ronda.

Ahora, recordemos que no todos reaccionamos igual ante los mismos hechos. Lo que a algunos les genera miedo, a otros les genera alegría. Un ejemplo de esa ambigüedad son los deportes de alto riesgo. Saltar en paracaídas puede paralizar a unos y ser divertido para otros.

Entonces, mientras Fabricio Alvarado disparó la incertidumbre e inseguridad en algunos (miedo), para otros fue el representante que estaban buscando (esperanza).

La esperanza

La RAE define esperanza como el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. Dicho en otras palabras, es el optimismo por resultados favorables ante una circunstancia o evento.

Siguiendo con el ejemplo anterior, así como algunos votaron contra Fabricio por inseguridad social que representaba, otros votaron por Carlos como la garantía de que sus derechos fueran reconocidos. Por ejemplo, la comunidad LGTBI+.

Continuando con la ambigüedad de las reacciones emocionales. Cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos obligó al país a reconocer el matrimonio entre parejas del mismo sexo, Fabricio Alvarado se opuso, acción que lo sacó del anonimato en la campaña electoral.1 Carlos Alvarado, por su lado, respaldó. Irónicamente ambas acciones generaron esperanza en dos sectores completamente antagónicos. Mientras algunos tenían la esperanza de que sus derechos fueran reconocidos, otros tenían esperanza de que fueran negados.

Otro ejemplo. Cuando se revisan los planes de gobierno de todos los candidatos para decidir cuál es el mejor, lo que realmente sucede es que uno de ellos genera esperanza. Así que la decisión no es racional, es emocional. Dispara un sentimiento.

La época del bipartidismo era un ejemplo de esperanza. Ser parte de un partido político ofrece arraigo ideológico, familiar o cultural. El arraigo representa seguridad, bienestar. Eso está ligado a la emoción primaria de la alegría, lo que podemos traducir a esperanza.

Laura Chinchilla en 2010 era esperanza. Por un lado la continuidad del Gobierno de Oscar Arias, por otro ser la primera mujer con posibilidades reales de alcanzar la presidencia.

En su tiempo Ottón Solís representaba, en parte, esperanza. Votar por Ottón era poner fin al bipartidismo.

Para el 2014 era imperante la necesidad de ponerle fin al bipartidismo y además el PLN venía en franco desgaste. José María Villalta (FA), por su ideología, generaba incertidumbre. En la acera de enfrente, Luis Guillermo Solís, cosecha de la esperanza (no era el PLN) y el miedo (no era Villalta).

El enfado

El Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) ganó las elecciones en 1998 con Miguel Angel Rodríguez (46,9%) y en 2002 con Abel Pacheco (38,6% y 58,8%). Desde su fundación en 1983, era la primera vez que tenía triunfos espalda con espalda. Pero en las dos elecciones siguientes, el partido obtuvo solamente 3,7% (Ricardo Toledo, 2006) y 3,9% (Luis Fishman, 2010).

¿Por qué una caída tan abrupta?

En 2003 se acusó al ex presidente Rafael Angel Calderón Fournier (PUSC, 1990) de recibir dinero por favorecer a la Corporación Fischel. Y en 2004 se acusó al ex presidente Rodríguez de recibir sobornos para favorecer a Alcatel e Inabensa. Calderón fue encontrado culpable en 2009, Rodríguez fue declarado primero culpable en 2011 y luego inocente en 2012.

Obviamente, ante tales hechos, el electorado le pasó factura al partido. O mejor dicho, se enfadó.

Pero el PUSC no es el único partido que ha sido víctima de esta emoción. La reticencia del Partido Liberación Nacional a renovarse empieza a ser motivo de enfado por parte del electorado.

Desde su fundación en 1951, nunca había caído por debajo del segundo lugar, hasta en 2018 con Antonio Alvarez Desanti (18,63%) que terminó de tercero. Y nunca había caído por debajo del 30%, hasta 2014 con Johnny Araya (29,7% y 22,7%).

Para terminar…

El voto es un torrente de emociones. Y dentro de las emociones todo influye: un partido, una idea, la edad, la forma de hablar, el color de los ojos, etc. Y por ser éstas incontrolables, el secreto está en estar consciente de ellas, entenderlas, aceptarlas, y aprender a crear la emoción necesaria en el momento oportuno. 😉


(1) La resolución de la Corte IDH era vinculante. El país tenía la obligación de acatarla.

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